miércoles, 29 de mayo de 2019

FUSILAMIENTO DEL CORONEL LEONCIO PRADO GUTIÉRREZ HUAMACHUCO PERÚ 15 DE JULIO DE 1883

El día domingo 15 de julio, a la hora de diana, el médico cirujano en jefe del ejército chileno doctor Clodomiro Vega avisó al coronel Alejandro Gorostiaga Orrego, la presencia de la gangrena hospitalaria entre los heridos chilenos, e hizo ver la necesidad de abandonar el lugar por la contaminación ambiental debido a la putrefacción de cuerpos de solados y animales fallecidos de ambos bandos. Ante esto Gorostiaga mandó alistar a la división y partieron al distrito de Cajabamba. Siendo las 07:00 horas, parten por la Calzada conduciendo más de doscientos heridos, las armas y los cañones peruanos capturados. Alejandro Gorostiaga manda al capitán Benavente que vaya al cuartel de artillería y vea si Fontesilla había cumplido con la orden de fusilar al coronel Prado. Este oficial estaba indeciso por la orden recibida y el subteniente Ramírez se ofreció a comunicar la orden a Leoncio Prado. Prado con serenidad recibe la noticia a la vez que sigue ingiriendo su frugal desayuno. Pide hablar con el coronel Alejandro Gorostiaga, éste se niega, mandando decir que hacía una hora que había partido del distrito de Huamachuco. Dos gracias quería alcanzar Leoncio Prado; una morir en la plaza de armas del distrito con los honores militares que le correspondía por su alto rango, y otra, hablar con algún peruano. esta última no se le concedió, pese a estar en el cuartel general un carpintero de apellido Coluna Monzón. Leoncio Prado al enterarse que no se le concederá el permiso para hablar con el carpintero Coluna, arroja el plato lejos de sí e incorporándose con mucha dificultad comprendió su sentencia, dijo: "Pues que voy a ser fusilado, moriré por mi patria, viva el Perú". Estaban presentes el mayor Fontesilla, el capitán Rafael Benavente y el teniente Ramírez. Con el último grupo de las fuerzas chilenas el teniente Fuenzalida había abandonaban el distrito de Huamachuco con rumbo al distrito de Cajabamba. Leoncio Prado, por intermedio del subteniente Ramírez recibió la respuesta de Alejandro Gorostiaga de que no sería fusilado en la plaza de armas, sino en su camilla; responde: "En verdad señores, creía tener derecho, a que se me fusilara en la plaza y con los honores de mi rango; porque soy coronel y pertenezco al ejército regular del Perú".

Prado, pide papel y lápiz, para escribir a su padre, comunicándole que está herido y prisionero y que a las 08:30 horas va a ser fusilado por el delito de defender a su patria. Sabiendo que no puede morir de pie, quiere morir en una actitud más digna, por lo que haciendo un supremo esfuerzo, se sienta a medias en el lecho. Los testigos del hecho eran todos chilenos. Al acercarse el momento final, pide una taza de café, y lo alaba al tomarlo y pregunta al oficial que mandaba a los tiradores chilenos: “¿A qué hora emprenderé el viaje para el otro mundo?"; "cuestión de minutos", contesta el oficial, "pues bien: pido una gracia, y es que se me permita mandar el fuego", lo que es aceptado, y pide al capellán, la negativa, a lo que responde: "Paciencia, he hecho lo que he podido por mi patria y moriré pronto". Solicitó que en vez de dos tiradores se colocaran cuatro, y que dos le apuntaran al corazón y dos a la cabeza. "Al concluir la taza de café se me harán los apuntes; y al dar con la cuchara un golpe en el pocillo, se hará en fuego". Continuó tomando calmadamente el café. Se sentó lo mejor que pudo en su cama y con un fuerte abrazo se despidió de Fontesilla, de Ramírez y de Benavente. A tres metros de su cama se colocaron los cuatro tiradores; un soldado, un cabo y dos zapadores. Se despide de los oficiales chilenos, los que salen de pieza, pero al momento regresan a ella para acompañarlo y se ponen detrás de los soldados, todos lloran, menos Prado. Toma la cuchara, le pega un golpe para limpiarla, endereza más el cuerpo, saluda con la cuchara, pega pausadamente tres golpes, suena la descarga y expira en aras de su patriotismo. El cabo avanza y le da el balazo de gracia en el corazón. Así terminó, a los 29 años de edad, la gloriosa vida de este héroe y mártir del deber, vida en la que "sólo tuvo un destello de dicha: Su gran paso a la inmortalidad". A través de todos los tiempos es uno de los más grandes héroes de nuestra raza y el representativo de la juventud peruana, de esa juventud patriota. Su cadáver, cubierto de heridas y ungido por su propia sangre, fue piadosamente sepultado en esta tierra santa de Huamachuco, sudario bendito de su cuerpo lacerado; tierra santificada por la sangre en ella derramada por mil doscientos héroes que se inmolaron para salvar el honor de la patria de una sangrienta invasión chilena. 

Fusilamiento de los soldados leales, Patricio Lanza y Felipe Trujillo, se realizó casi simultáneamente al del coronel Leoncio Prado. Estos dos héroes unidos en el martirologio, que juntos libaron del cáliz del dolor, se sacrificaron hasta encontrar la muerte; acompañaron a su jefe con abnegación que no tuvo límites. 

Declaración testimonial de Huamachuquinos en el año 1933 y 1983.

Para la historia transcribiremos el testimonio de los señores Fabio Samuel Rubio y Enrique Moreno Pacheco, huamachuquinos, que en el año 1933 después de medio siglo narraron lo que vieron aquel 15 de julio de 1883.- "El día 10 de julio de 1883, nos encontrábamos en Huamachuco bajo la dolorosa impresión de la batalla realizada. Éramos niños de 12 años. Nuestras familias al saber el triunfo de los chilenos huyeron con nosotros a Culicanda, donde teníamos una finca. El sábado 14 regresamos a la ciudad al saber que los chilenos se retiraban. El día domingo 15, muy de mañana, desde un balcón de la casa del señor Pacheco, situada en la plaza de armas, presenciábamos la salida de las últimas tropas chilenas con rumbo al distrito de Cajabamba. En esos momentos sentimos una descarga de fusilería y con natural curiosidad nos dirigimos al lugar señalado, que era el cuartel general de la artillería chilena, casa del señor Marino Acosta, y la encontramos desierta. Al penetrar al patio de dicha casa, en una habitación del lado derecho, vimos un cadáver; era el coronel Leoncio Prado, se encontraba recostado sobre una camilla, tenía el rostro bañado en sangre haciéndose visible una perforación cerca del ojo izquierdo, y su pierna del mismo lado estaba cubierta de vendas; al lado había un plato y una cuchara y en el suelo una taza. Como alguien nos dijera que en el segundo patio había otros muertos, nos dirigimos al patio señalado, encontrado a dos soldados peruanos casi juntos sobre un charco de sangre, en los últimos estertores de la muerte, y cerca de ellos una manta sobre la que estaba esparcido un naipe, viendo el triste cuadro consternados nos retiramos, grabándose para siempre en nosotros la escena que aún nos parece verla".

Versión del señor Armando Gamarra Crhuchaga, nieto de Abelardo Gamarra (1983). ¿Que recuerda usted de la batalla de Huamachuco, según la tradición transmitida de sus antepasados? - El 8 de julio de 1883, las tropas peruanas sorpresivamente llegaron por las alturas del cerro Cuyulga, ese día, los chilenos estaban descasando. La tropa chilena una parte se estaba bañando en el río Grande y la otra parte permanecía a inmediaciones de la pileta que existe en la plaza de arma. Cuando los chilenos en su mayoría se encontraban descansando, un campesino peruano llegó a la plaza y se quejó en los chilenos manifestando que los soldados peruanos habían invadido su chacra de trigo, a quien en el acto una muchacha del pueblo que presenciaba dicha escena le propinó una bofetada, llamándolo traidor. En esos momento los chilenos muy asustados ordenaron el toque de corneta, se agruparon, cuando ya descendían de las alturas las tropas del Perú, ellos corrieron a esconderse en el cerro Sazón. Si no hubiera sido por dicho delator, aquella tarde muchos chilenos hubieran muerto. Como anécdota les contaré que había un joven llamado Manuel Cisneros, que un día previo a la batalla, era utilizado por los chilenos para llevar municiones en los mulos desde la ciudad hasta el cerro Sazón. Bueno, sucede que este muchacho muy astuto, cambió las municiones por herrajes en los respectivos cajones. De esto, los chilenos se dieron cuenta recién en plena batalla cuando dicho joven ya se había escapado con dirección a Pomabamba. ¿Qué sabe de su abuelo don Abelardo Gamarra "El Tunante"?. Cuando mi abuelo viajó a Chile, visitó un Museo Militar en Santiago y entre los objetos que había en dicho lugar vio una bandera peruana que había sido tomada por los chilenos como trofeo de guerra luego de la batalla de Huamachuco. Fue tal su emoción, que se le cayeron las lagrimas. Entonces, el director de dicho museo le obsequió la bandera, la misma que actualmente se encuentra aquí en Huamachuco, conservando aun manchas de sangre y huellas de perforación de balas. Justamente, he dispuesto que se exhiba dicho trofeo durante el desfile cívico militar que se realizará con motivo del centenario de la Batalla de Huamachuco. 

Versión oral del señor Constante Rebaza (1983) (natural de Huamachuco, comerciante, 72 años).- Según la versión de mis abuelos, el ejército chileno acantonó en Huamachuco días antes del 10 de julio. Estaban bien dotados de armamentos y de buenos cañones. En cambio el ejército peruano luego de atravesar la Cordillera Blanca y luego de trasmontar también la Cordillera de Huaylillas, llegó a este lugar muy maltratado, mal alimentado, mal armado, pero así, valientemente dieron batalla en la Pampa de Purrumpampa. La topografía del cerro Sazón no era como es actualmente. Ahora hay bastante eucalipto. Anteriormente tenía en su frente y alturas restos de ruinas pre incas, las mismas que fueron utilizados como parapetos por las tropas chilenas. Al pie del cerro Sazón había un gran pantano. En la última parte de la batalla, el General Cáceres rodeado de tropas chilenas pudo escapar de éstos precisamente al saltar su caballo una zanja de regular anchura y los chilenos no lo pudieron alcanzar. Finalizado la batalla los chilenos comenzaron a saquear, a robar joyas, prendas de valor, soles de 9 décimos y todo cuanto podían obtener. Además de hacer violaciones, saqueos y de llevarse todos los animales.

Versión oral del señor Alfonso Saenz Ruiz (1983) (natural de Huamachuco, farmacéutico, 78 años).- Sobre el coronel Leoncio Prado Gutiérrez ¿qué es lo que se recuerda aquí en Huamachuco?. El día 15 de julio de 1883, los chilenos se retiran rápidamente de Huamachuco. El coronel Alejandro Gorostiaga envía a un capitán y 20 soldados para que fusilen a Leoncio Prado. Cuenta el señor Ledesma, que en esa época tenía 7 años de edad y vivía a media cuadra del lugar del fusilamiento, que el cuadro desgarrador que vio se le grabó para toda la vida. Era el cadáver del coronel L. Prado, echado en la cama, colgándole la cabeza y con un ojo salido, producto de un disparo. En la mesa había un plato de maicena donde él había dado los tres golpes ordenando para que lo fusilen. A el lo fusilaron y a los dos soldados "asistentes" los asesinaron. Recuerdo que de niños escarbamos las paredes y el piso en busca de plomo para jugar. Luego de su fusilamiento, de aquí han ido y lo han mudado de ropa, han hecho su mortaja y dispusieron que un señor de apellido Espinoza confeccione el cajón. Lo enterraron en el cementerio general de aquí. Luego fue llevado a Lima. 

Versión oral del señor Bernardino Sanchez (1983) ( natural de Huamachuco, 80 años).-  Mi padre en la guerra con Chile tenía 19 años de edad. El me narró que los chilenos llegaron aquí cuatro días antes de la batalla, estaban bien descansados. Mi papá que tenía algunos caballos, mulos, ovejas y vacas, lo escondió en un desfiladero lejano a la población. Fue así que el día 8, cuando se encontraba cuidando sus animales, vio que se acercaban las tropas peruanas en número de 40 al mando del general Pedro Silva Gil. Dichos soldados estaban mal vestidos, sin uniformes, sin zapatos, algunos con ojotas, dotados de rejones y algunos fusiles viejos. Mi padre cuenta que conversó con el general Silva y su tropa y les dio algunos datos sobre la situación del ejército chileno. Mientras les daba los datos los llevó hacía la casa de su padre, en donde le proporcionó al general Silva un poco de sopa y a los soldados que lo acompañaban le proporcionó cancha tostada, dándole dos puñados a cada uno. En esta quebrada, los chilenos tenían agrupados alrededor de 100 caballos, con la información que les proporcionó mi padre, sorpresivamente, el general Pedro Silva en rápida operación se apoderó de 50 caballos no sin antes un corto tiroteo. Los chilenos pensaron que el ataque por parte de los peruanos era de mayor intensidad y rápidamente escaparon para esconderse en sus parapetos del Cerro Sazón. El general Silva, por su parte, se reincorporó al grueso del ejército a las 18:00 horas, ubicándose luego con ellos al Sur Este del cerro Cuyulga en donde permanecieron recibiendo allí también algunos datos de mi abuelo acerca de cómo avanzar hacía el Cerro Sazón. Mi abuelo les dijo que en la parte Oeste del pueblo existía una calzada o sea un camino antiguo de herradura con gradas de piedra y por el lado Este un camino antiguo de los Incas, que servía para avanzar hasta el cerro Sazón. La batalla se hubiera ganado, nos faltó municiones y bayonetas. En plena batalla, los chilenos que ya se sentían derrotados se escaparon, y es que veían a nuestros soldados con gran arrojo avanzar hasta que faltó municiones y bayonetas, y viendo esto las tropas chilenas contraatacaron. Muchos chilenos que escaparon lo hicieron en dirección al río Marañón, y a las zonas de la provincia de Pataz, pasados los años en estos lugares radicaron formando familia.

Testimonio de Jorge I. Peña (1933).- “El domingo 8 de julio a la una de la tarde llegó una fracción peruana al cerro Cuyulga, seguidamente apareció el General Cáceres con su gorra y su gran abrigo blanco, instalándose en su tienda de campaña. Un cuarto de hora más tarde un oficial chileno partió a caballo a la casa de doña Feliciana Valdivia, donde estaba alojado el coronel Alejandro Gorostiaga y su Estado Mayor con dirección al “Molino Grande”, regresando a pocos minutos a todo galope. Se oyó entonces la corneta chilena que llamaba apresuradamente a sus tropas que a esa hora se bañaban en el Río Grande. La confusión del enemigo era evidente y comenzó a desfilar a sus posiciones del infranqueable cerro Sazón. Primero salió la caballería que estaba en la casa de Manuel E. Gamarra; 2º la artillería, de la casa de doña Francisca Bringas, 3º el batallón “Zapadores” de la casa de don Manuel Trinidad Cisneros; 4º el batallón “Talcas” y 5º el batallón “Concepción”, al mando del comandante Gonzáles, que ocupaba la casa de doña Trinidad Miranda. Cuando este último cuerpo estaba formado en el corredor que da a la Plaza de Armas, el Coronel Gorostiaga y su Estado Mayor bajaron a caballo a incorporarse a sus tropas. El jefe chileno se paró en la Pila a observar los movimientos de las tropas peruanas que iban perfilándose en las cumbres del cerro Cuyulga. Quienes vieron al oficial chileno, aseguran que su nerviosidad era tal “que no podía sostener los anteojos en las manos y las espuelas sonaban con las estriberas de su cabalgadura”.

“El día martes 10 de julio de 1883, que tuvo lugar la tercera acción de armas entre los ejércitos del Perú y Chile, éste como victorioso, regresó a la ciudad de Huamachuco. Y como quiera que las familias estaban refugiadas por las afueras de la ciudad al saberse que el jefe de la expedición chilena coronel Gorostiaga, publicó un bando al día siguiente, o sea el miércoles 11 para que los habitantes regresásemos a nuestros hogares con toda garantía, volvimos a la ciudad.

“Cáceres fugó con algunos oficiales abriéndose pasos a balazos entre el enemigo que ya comenzaba a cercarlo. En su huida, encontró al Coronel Prado que era conducido por sus dos ordenanzas, que a la vez eran sus sirvientes, con la pierna destrozada. Le dio un caballo en el cual apresuraron su marcha los fugitivos, pero en vez de tomar la ruta seguida por Cáceres se perdieron en la puna yendo a asilarse en la casa del Indio Julián Carrión, cerca de la Laguna Negra de Cushuro, a unos cuantos kilómetros de Huamachuco. Herido y falto de recursos dio su reloj de oro a Carrión para que fuera al pueblo, a la casa de una señora Vásquez de quien solicitaba medicinas y alimentos. El indio cumplió su misión, pero fatalmente aquella casa estaba ocupada por el Estado Mayor chileno. La presencia de soldado y oficiales amilanaron al indio, quien penetró hasta la cocina de la casa hablando con la servidumbre y luego ingreso a la sala donde la señora Vásquez se encontraba con un “peruano”. La emoción de la noticia despertó sospechas en el acompañante de la señora Vásquez, quien, conociendo el reloj de Prado, por las iniciales que tenía, avisó a los chilenos. Acto continuo el indio Carrión fue flagelado cruelmente en el cuartel, hasta que declaró donde se encontraba el jefe peruano, y a las 5 de la tarde un piquete de caballería salía a tomar al héroe que entró en la ciudad en la noche –como dice la Historia- bien escoltado siendo alojado en la casa de doña Francisca Bringas. No fue, pues, el indio que más tarde fusilaron, quien delató a Prado, fue un mal peruano, un traidor…” (Peña/1933)

Testimonio de la señora Galareta Malpartida (Huamachuco 1933).- “Con motivo de haber estado situada la casa de mi madre la señora Manuela Malpartida viuda de Galarreta a dos cuadras del lugar donde se le fusilo al coronel Prado, tuvimos ocasión de sentir la descarga que dio fin la vida de nuestro compatriota, moviéndonos la curiosidad, como niñas ver salir a los soldados chilenos, los que una vez alejados, previo acuerdo con mi hermana Francisca y nuestras amigas Filomena Palacios y Rosaura Olasabal, hoy de Gallarde, nos dirigimos a la casa de la ejecución. Al entrar en la primera habitación, se nos presentó a nuestra vista el coronel Prado, muerto en un catrecito, con uno de los ojos saltado, efecto del proyectil. La tacita de barro quemada y barnizada como se elaboran en la sierra, en el suelo, el plato y la cucharita, sobre el pecho.

Después de contemplar el fin de un valiente y héroe militar peruano, nos dirigimos a la segunda habitación, donde encontramos a sus dos ordenanzas también fusilados, dando ejemplo de amor patrio y lealtad a su jefe, cumpliendo con el ofrecimiento que lo hicieron de morir junto a él. Los cadáveres de Leoncio Prado y sus dos ordenanzas fueron sepultados con veneración por la patriota Dolores Cisneros Colina, hermana del mayor Santiago Zavala muerto a la llanura de Purrumpampa, sector la Cuchilla.

Pocas horas después el cadáver del héroe era trasladado en una camilla hasta el panteón. Entre los que conducían la carroza humilde se hallaba el maestro Ramírez (carpintero). El coronel joven aún, vestía camiseta, pantalón grana con vivo de oro, con una media en un pie y el otro desnudo. Presentaba el ojo derecho saltado por un balazo y la pierna destrozada en el combate. Cuando este sencillo cortejo fúnebre llegaba al panteón la señora Carmen Arana,( y la señora Paula Arana, su hija, ambas de las familias medianamente acomodadas de Huamachuco, y que tan perseguidas fueron posteriormente por las autoridades de D. Miguel Iglesias, sólo por el delito de haber sepultado a nuestros héroes, de haber hospedado a los defensores del principio constitucional y de haber manifestado simpatías con la causa del general Cáceres (Gamarra/1983)) envió un ataúd donde fueron depositados los restos y sepultados al costado derecho del panteón. (Cerca del nicho del coronel D. Gaspar Calderón, huamachuquino y benemérito a la Patria en la época magna).

Testimonio del Coronel Abel Bedoya de Seijas (1931).- El día jueves 12, tuvimos conocimiento que con motivo de un denuncio hecho por un cholo llamado Julián Carrión, dueño de un rancho situado en la laguna de Cushuro, que está a dos leguas del distrito de Huamachuco, traían de dicho lugar herido de una pierna al coronel Leoncio Prado, y a sus dos ordenanzas”. “Sus ordenanzas fueron los soldados Patricio Lanza y Felipe Trujillo, hechos prisioneros junto con su jefe,”. Más tarde cuando el general Cáceres fue Presidente de la Republica envió una comisión encargada de recoger los restos de los héroes del 10 de Julio. En ella iba el Coronel Borgoño, el señor Pedro Silva (hijo del General Muerto en Huamachuco) y el poeta Carlos Amézaga con otros oficiales. Se asegura que solo sacaron los restos del General Silva que fue identificado por la levita que usaba y por las cartas y tarjetas que su hijo reconoció. Y los de Leoncio Prado que fue reconocido por el pantalón grana con que se sepultó; quizá si los demás restos no correspondían a los oficiales muertos en batalla. Llegados a Lima fueron depositados en la Cripta de los Héroes en donde hoy descansan.  

1 comentario:

  1. Lo que todo Peruano que ama a su Pais tiene la obligación Moral de conocer su Historia aunque dura en sus relatos deja grandes lecciones de Patriotismo y amor por la tierra que lo vió nacer ejemplo a seguir cuando la Patria llama a sus hijos en sus horas dificiles y deja reflexiones que no se deben olvidar y sería el derrotero que nos marque para llevar a nuestro Pais al Progreso para el bienestar de todos los Peruanos "VIVA EL PERU"....!!!!!!!!

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