Gobernaba
el Perú el General Francisco Morales Bermúdez, en aquellos tiempos el Servicio
Militar era obligatorio. En las ciudades, caseríos y caminos había la leva
forzada, en esas circunstancias el 3 de enero de 1977 muchos jóvenes, en total cuatrocientos
ochenta, procedentes de diferentes caseríos y de las ciudades de todo el
departamento de Ancash, nos juntamos en la Oficina de Reclutamiento N° 0-26 de Huaraz, para ser
trasladados en horas de la tarde del mismo día con destino al Batallón de
Ingeniería de Combate Motorizado “Huascarán” N° 112, acantonado en el distrito
de Caraz, Huaylas. A los levados bajo custodia les trasladaron en los volquetes
del ejército.
En el año 1966, a la edad de ocho años, ya me sentía soldado, influyó mucho en mí las constantes narraciones de mi abuelo don Eliseo Ramírez Cadillo; quien, a la edad de ocho años, en el mes de junio de 1883, había presenciado la llegada del poderoso Ejército de chileno a las zonas del departamento de Ancash, durante la tercera etapa de la Campaña de la Breña. Desde aquellos tiempos de mi niñez, las narraciones de la resistencia del General Cáceres, penetraron en mi alma y permanecía imborrable preparándome para situaciones duras y difíciles en la vida castrense.
En el año 1966, a la edad de ocho años, ya me sentía soldado, influyó mucho en mí las constantes narraciones de mi abuelo don Eliseo Ramírez Cadillo; quien, a la edad de ocho años, en el mes de junio de 1883, había presenciado la llegada del poderoso Ejército de chileno a las zonas del departamento de Ancash, durante la tercera etapa de la Campaña de la Breña. Desde aquellos tiempos de mi niñez, las narraciones de la resistencia del General Cáceres, penetraron en mi alma y permanecía imborrable preparándome para situaciones duras y difíciles en la vida castrense.
Cumplido los 18 años de edad, no
pude eludir el Servicio Militar, decidí abandonar mis estudios en el afamado
Colegio Nacional de “La libertad”, en la ciudad de Huaraz, y como voluntario me
fui al cuartel. Siempre viví pensando que el Servicio Militar era un deber patriótico, sobre todo en aquellos años de mucha tensión con Chile; ergo, sin pensar en las propinas ni otros beneficios, solo con la
intención de aprender el manejo de las armas y el arte de la guerra, el 3 de
enero, siendo las 13:30 horas, por mis propios medios viajé desde la ciudad de
Huaraz al distrito de Caraz, sede del Batallón de Ingeniería de Combate "Huascarán" N° 112. De un momento a otro aparecí en la puerta principal del
Batallón. Entre mi dije: A partir de hoy día, éste será mi cuartel. En aquellos
tiempos a los soldados del servicio de guardia le decían, número, cuando puse mis pies dentro del portón, el sargento de guardia, dijo: "Un número voluntario", en se momento como un resorte salto de la banca un
soldado de mediana estatura, a quien el clase le dijo, lleva a este “perro” voluntario al
patio de armas; entonces yo corrí muy asustado, llegando al patio pude ver el semblante de muchos
jóvenes en su mayoría hijos de campesinos, en el grupo se notaba mucha alegría y algunos mostraban rostro de tristeza y preocupación. Algunos se sentían orgullosos de convertirse en "perros" reclutas de contingente enero 1977, pero la mayoría en sus corazonadas y pensamientos querían como sea ser liberados del servicio.
Formados en
el patio de armas los cuatrocientos ochenta jóvenes. De pronto aparecieron seis
sargentos monitores con sus galones de metal en el pecho muy relucientes,
quienes en todo momento nos hablaba en voz alta y nos obligaba a rugir a todo
pulmón, algunos monitores aparecían con un puñado de tierra en sus manos para
amedrentar a aquellos que no podían rugir así como ellos requerían, así pues
algunos reclutas esa tarde probaron ese “azúcar dulce”, les ordenaban a abrir
la boca y con fuerza se lo aventaban el puñado de tierra hasta el fondo de la
garganta, así nos recibieron desde el primer momento, permanecimos rugiendo en
la posición de atención con la mirada hacia el infinito por lapso de tres horas
aproximadamente. En esas circunstancias por las inmediaciones apareció un
oficial de tez morena de 1.85 de estatura, era el capitán de ingeniería Víctor
Valderrama Chávez oficial de personal (S-1) del batallón; quien, con palabras
francas, sinceras y firmes nos dio la bienvenida, quien nos dijo: “Han
ingresado a este batallón para ser combatientes de primera, para defender los
sagrados intereses de la patria, aquí se come lo que se da y se hace lo que se
ordena". En esos momentos de tensión para la gran mayoría, el capitán
Valderrama salió al frente y con esa voz ronca que le caracterizaba, dijo:
"Señores solamente necesitamos 180 reclutas, los que desean servir se
quedan en su propio emplazamiento y los que no desean servir formen en la pista
mirando hacia la guardia de prevención", para que les dijo esas palabras,
pues la gran mayoría corrió hacia la pista, para sorpresa mía, solamente
quedamos cuarenta voluntarios en nuestro propio emplazamiento, entonces el capitán reaccionó rápidamente y mandó
volver a todo el personal que había culminado el 5º año de educación
secundaria, yo solamente contaba con tercer año de secundaria, pese a ser
voluntario en tiempos de leva forzada serví dos (2) años (1977 - 1978) y la
gran mayoría de mi promoción que tenía secundaria completa se licenciaron en
once (11) meses, el trato para el voluntario así como para el personal levado
fue igual, de nada servía pues ser voluntario en aquellos tiempos.
Luego,
horas más tarde, apareció el capitán (S-4) oficial de logística del batallón
con sus sargentos almaceneros de prendas, ellos nos llevaron al paso ligero
hasta los almacenes y allí, en un santiamén, nos entregaron los uniformes de campaña:
había un sargento con trescientos sesenta camisas, más allá otro con trescientos
sesenta pantalones, después otro con trescientos
sesenta birretes, otro con trescientos sesenta pares de borceguíes, etc.; es
decir había un sargento con trescientas sesenta de cada una de las prendas por
entregar, como dotación nos entregaron dos prendas de cada uno completamente
nuevo. Los “perros” muy asustados pasamos a la carrera y nos tiraban las prendas,
lo tomamos al paso ligero; hubo quienes recibieron borceguíes de diferente
número o sin pasadores y cuando reclamaban les decían: “No sé, a partir de este
momento el perro es mago ¿alguna pregunta?”. Todo era tan rápido, los lentos a
partir de ese momento como sanción comenzaron a ranear y hacer polichinelas. A los “chatos” le quedaba grande la camisa, el pantalón y el birrete, a otros le
apretaban los borceguíes. Una vez uniformados, salimos a toda velocidad al
patio de armas, donde nuevamente nos esperaban los sargentos monitores. Mientras
en la puerta del cuartel se habían aglomerado muchos familiares, algunas madres
lloraban por el hijo reclutado, como consuelo solo recibieron las prendas
civiles de sus hijos, que durante dos meses permanecerá sin salir a la calle. Ya
vestidos con el uniforme de la patria, los 180 “perros” continuamos formados en
el patio de armas, entre el contingente había un “gringo” serrano rubio de ojos
azules de las zonas del distrito de San Luis del Callejón de los Conchucos, al
lado suyo había otro serrano campesino de rasgos autóctonos de los caseríos de
Huaraz, en esas circunstancias abrevándolo detenidamente el capitán Valderrama
les dijo: “A partir de la fecha el “gringo” y el autóctono son hermanos, ya
veremos quién es más valiente en el campo de batalla”.
Finalizado
el rancho, a lavar la bandeja, luego a formar, los castigos estaban a la orden del día, había desde lo más simple
por moverte en la formación, conversar en formación, por lento, por
cualquier motivo uno se ganaba una sanción de 100 completas; luego, por cada falta
sancionada y cumplida con la voz alta y enérgica se decía: “Orden cumplida mi sargento,
mi cabo, mi antiguo”. Ellos siempre nos decían “La mente domina el cuerpo,
tienen que endurecer esos cuerpos acostumbrados a la vida ociosa". Buscando siempre
motivos nos decían, “perro” a partir de la fecha, tienen que saber mis nombres
y apellidos completo, de donde soy, como se llama mi señorita enamorada, cuanto
calzo, etc. El “perro” muy asustado contestaba, comprendido mi sargento. Si por
circunstancias del nerviosismo te equivocabas ya te ponían en la posición de
rana, como las ranas saltan, por ahí permanecías rebotando con ciento cincuenta
a doscientas ranas bien hechas; así estés entre sudor, lágrimas y toda la rabia
no te podías parar sin orden del superior y si te parabas te decían: “carajo...
¿quién mierda le autorizó a pararse?... usted siga raneando, pues aquí tienes
que aprender a ser fuerte, a dominar tu cuerpo y tu mente”.
En las primeras noches, siendo las 21:00 horas, todo el personal estábamos en pijamas dentro de la cama, muchos por primera vez dormíamos cubierto de sabanas blanca, pero antes había revista de “perras”; para esta revista el personal ya estaba con los pies lavado con jabón, todos echados en la cama presentamos los pies oliendo a jabón. El sargento de semana, procedía a pasar revista de pies, para tal fin se valía de una bayoneta del fusil FAL; como es normal entre los dedos de los pies se acumulan la descamación de la piel en forma de grasa que al ser removido con la bayoneta salía de color blanco, a esta exfoliación los sargentos lo llamaban “queso”, y te ordenaban abrir la boca y te lo comías. En aquellos tiempos así era la tradicional “perrada”, lo sufrimos los soldados recién incorporados al ejército, el castigo físico y la total sumisión por tener menor grado jerárquico, al que tienes que resistir con estoicismo. En un principio entre jóvenes de diferentes lugares, en el grupo, muchos nos sentíamos muy extraño, primero a conocerse, verse con las cabezas rapadas o “pelados”.
En las primeras noches, siendo las 21:00 horas, todo el personal estábamos en pijamas dentro de la cama, muchos por primera vez dormíamos cubierto de sabanas blanca, pero antes había revista de “perras”; para esta revista el personal ya estaba con los pies lavado con jabón, todos echados en la cama presentamos los pies oliendo a jabón. El sargento de semana, procedía a pasar revista de pies, para tal fin se valía de una bayoneta del fusil FAL; como es normal entre los dedos de los pies se acumulan la descamación de la piel en forma de grasa que al ser removido con la bayoneta salía de color blanco, a esta exfoliación los sargentos lo llamaban “queso”, y te ordenaban abrir la boca y te lo comías. En aquellos tiempos así era la tradicional “perrada”, lo sufrimos los soldados recién incorporados al ejército, el castigo físico y la total sumisión por tener menor grado jerárquico, al que tienes que resistir con estoicismo. En un principio entre jóvenes de diferentes lugares, en el grupo, muchos nos sentíamos muy extraño, primero a conocerse, verse con las cabezas rapadas o “pelados”.
Todos los días, el toque de diana es a las 05:00 horas, a esa hora todos estamos de pie, desde ese momento para toda actividad el tiempo corre con precisión y sin compasión, comienzas con arreglar la cama que usaste para descansar, dejar la frazada bien doblada con la franja bicolor hacia adelante, las sábanas blancas con sus respectivos dobleces y la colcha debe quedar bien estirado; para el visto bueno, para comprobar el Jefe de Companía lanza una moneda sobre la cama “si rebota” la revista está aprobado, asimismo el piso de la cuadra debe brillar de rincón a rincón, los servicios higiénicos deben estar limpio; regado las áreas verdes, como para el gusto del Comandante de Batallón; en el ínterin hacemos magia para la limpieza personal, en las mañanas nos convertíamos en polifacéticos. Todos tenemos el mismo corte de cabello, uniforme, armamento y el itinerario del entrenamiento físico te lo ponen los instructores según su progresión.
En las noches, en el patio de armas, después de la lista de retreta los “perros” teníamos que soportar el interminable bullicio, rugidos y gritos castrenses. Al amanecer del nuevo día el cuerpo joven sabía que este era su destino y no podía retroceder, las formaciones, las instrucciones en el campo, los servicios de día, noche y reten, formaban parte de nuestra agenda diaria, así como los castigos físicos, el mundo de las planchas, las ranas, la pista de combate, el trompito, la rampa, los canguros, etc. Pasaban las semanas todo el castigo físico se nos hacía familiar. En las instalaciones del cuartel, construido después del terremoto del 31 de mayo de
1970, con sus paredes de mampresa prensado contrachapado, techo de eternit, el piso de la cuadra es reluciente, hay camarotes y roperos de color plomo de rincón a rincón; los camarotes de dos pisos lo ocupamos entre dos, el menos antiguo siempre está en el segundo piso, el compañero de camarote es como tu hermano, desde luego es tu compañero de confianza y amigo, en mi caso ocupé el camarote con el
soldado Botello Pérez, del distrito de Pueblo Libre, distrito que está ubicado al
frente del distrito de Caraz. También nos asignaron los respectivos sectores de limpieza y mantenimiento de áreas verdes y los servicios higiénicos. En la hora de revista, el "perro" tiene que acostumbrase a presentar los roperos con las prendas limpios y los sectores de responsabilidad también limpio y con áreas verdes regado.
Para el primer contingente del mes de enero de 1977, los primeros dos meses del año se hicieron interminables, todos permanecimos en el cuartel concentrados al 100%; los días domingos muchos recibíamos las visitas de nuestros familiares y otros solo miraban, muy felices aquellos que recibían a sus familiares que venían con expresiones culinarias tradicionales de sus lugares de origen, cuando abrían las ollas y las portaviandas: ¡qué rico el cuy frito con papas!, ¡qué rico la pachamanca de tres sabores!, ¡qué rico el caldo de gallina!, ¡qué rico el ceviche de chocho!, ¡qué rico la chicha de jora y la Inca Kola!, lo saboreábamos y compartíamos con los compañeros que por la distancia no recibían visitas de sus familiares. Así empezaba a fortalecerse el cordón umbilical de la amistad entre promociones. En el distrito de Caraz, la semana del tercer domingo del mes de enero celebran el día de la virgen de "Chiquinquira” se daba inició la fiesta patronal en el distrito, las bandas de músicos y los fuegos artificiales nos hacía recordar las vivencias de meses atrás en nuestros pueblos, son costumbre del mundo cristiano en los pueblos de la Sierra del departamento de Ancash.
Para el primer contingente del mes de enero de 1977, los primeros dos meses del año se hicieron interminables, todos permanecimos en el cuartel concentrados al 100%; los días domingos muchos recibíamos las visitas de nuestros familiares y otros solo miraban, muy felices aquellos que recibían a sus familiares que venían con expresiones culinarias tradicionales de sus lugares de origen, cuando abrían las ollas y las portaviandas: ¡qué rico el cuy frito con papas!, ¡qué rico la pachamanca de tres sabores!, ¡qué rico el caldo de gallina!, ¡qué rico el ceviche de chocho!, ¡qué rico la chicha de jora y la Inca Kola!, lo saboreábamos y compartíamos con los compañeros que por la distancia no recibían visitas de sus familiares. Así empezaba a fortalecerse el cordón umbilical de la amistad entre promociones. En el distrito de Caraz, la semana del tercer domingo del mes de enero celebran el día de la virgen de "Chiquinquira” se daba inició la fiesta patronal en el distrito, las bandas de músicos y los fuegos artificiales nos hacía recordar las vivencias de meses atrás en nuestros pueblos, son costumbre del mundo cristiano en los pueblos de la Sierra del departamento de Ancash.
Desde
los primeros días de nuestro internamiento nos hablan de la posible guerra con Chile, nos entrenaban para recuperar los territorios perdidos en la guerra de (1879 – 1884). Para estar bien entrenados, los oficiales instructores del grado de subteniente y los
sargentos monitores nos habían esperado con todas las ansias para sacar una
buena promoción, después de la gimnasia básica con armas o sin armas, diariamente corríamos hasta el puente Pueblo Libre, ida y vuelta 16 kilómetros, pasaje de pista de combate de 14 obstáculos, montaje y desmontaje del fusil FAL con los ojos vendados, las misiones individuales del combatiente, etc. Como zapadores de un batallón de ingeniería de combate los oficiales instructores y los monitores querían
hacerse sentir sobre todo en las horas de instrucción en el campo, el mas pesado fue el armado y lanzamiento del puente Bailey. Nunca olvidaremos del armado y
desarmado del puente Bayley, en esta instrucción también muchos rotamos con las
pesadas piezas en el hombro, y los días de la semana pasaban
lentamente.
Llegó
el primer ejercicio de tiro. Desde las 04:00 horas, estamos de pie, hay ordenes
por todo lado, a tender la cama, el aseo personal, limpieza de sectores y luego
el racho casi al paso ligero. 05:00 horas, ya estamos formados con los fusiles
Fal casi nuevos adquiridos por el General Velasco. Nuestro destino está al
frente del distrito de Caraz, en ese terreno seco y llano, ahí está el campo de
tiro del batallón. El personal de mecánicos de armamentos y el oficial de tiro,
colocan los 12 blancos para el ejercicio de tiro a una distancia de 100 metros, desde línea de tiro. Formado el personal, a la voz del oficial de tiro, la primera tendida marcha a la
línea de tiro: “Frente a sus respectivos blancos, tirador tendido,
con una cacerina y diez cartuchos, aprovisionar, cargar, a esa voz los 12 “perros”
repiten la misma frase a todo pulmón, procediendo a colocarse en tirador tendido; cuando todo
el personal de tiradores se encontraba en la posición de tirador tendido, apuntado
con el fusil; el oficial de tiro decía: Apunten fuego, el cornetero de servicio
anunciaba el inicio del ejercicio de tiro. Es una experiencia muy especial en
la vida del soldado, disparar por primera vez la munición de guerra de calibre 7.62 mm, como es normal
algunos se ponían muy nerviosos, pero atrás los monitores están atentos a todo,
alguien suelta el primer tiro, luego todos le siguen para no quedarse, porque
todo tiene su tiempo. De repente el oficial de tiro grita, "alto el fuego, nadie dispara, tendida, de pie” a esta orden todos están de pie, muy pensativos. Luego, el
oficial de tiro, los tiradores y los tapadores se desplazan dónde están los
blancos a verificar los resultados, como es el primer ejercicio, algunos no han
acertado ni uno, "son hueveros", para ellos hay sanción, la sanción consiste en
cargar una pesada piedra al hombro y desplazarte hacia la punta del cerro más
cercano, desde ahí tienes que gritar la palabra: soldado Juan Pérez Valverde, diez
balas disparados, cero puntos, soy “huevero”; soldado Jorge Botello Pérez, diez
balas disparados, cero puntos, soy “huevero”; soldado Isaac Caldua Salasar, diez
balas disparados, cero puntos, soy “huevero”; etc. Este personal regresaba a la zona
de mantenimiento con su piedra al hombro, como es normal también le esperaba la
sanción con ranas y planchas por haber despreciado diez municiones disparando
por cualquier lado. Los Ejercicios continúan con otras tendidas, durante el día
la secuencia es el mismo.
El tiempo había pasado, la instrucción de dos meses en el cuartel, solo son recuerdos, como para finalizar la "perrada" en la última semana del mes de febrero llegó la marcha de campaña. Es increíble como en aquellos
años de juventud nuestro cuerpo resistía tanto peso, puesto el casco de acero, Fusil Automático Ligero (FAL) con una cacerina, morral, cinto, dos cananas con cuatro cacerinas abastecidas, carpa de campaña y sus estacas, frazada ploma con la franja bicolor con colores de la patria, la mochila, una cantimplora con agua y adelante un soldado con gallardete
corriendo, cantando a viva voz, los cantos militares que son las herramientas del valor que se utiliza en la milicia, hay entre los más graciosos, picaros, patrióticos, guerreros, etc. Doblábamos por la
equina del cementerio antiguo de Caraz con dirección al puente colgante sobre el río Santa; luego, para
trepar por el empinado cerro con destino a las altura del distrito de Pueblo
Libre. La Marcha de campaña era el último esfuerzo de la “perrada”, una prueba
de valor de supervivencia en el campo, la exigente instrucción de dos meses
consecutivos, el ejercicio de tiro, el grito de los “hueveros” en los cerros ya
había pasado. En el campo, la hora del desayuno, almuerzo y cena, es como para
no olvidar nunca, durante una semana estas con las gamelas estiradas para recibir
el rancho, luego devorarlos. Durante cinco noches hay instrucción y marchas por caminos abruptos; luego, cuando retornamos nos esperaba la carpa de campaña que nos protegía del intenso frió y la llovizna, para la felicidad nuestra en aquellos días la lluvia no se presentó; las noches de instrucción quedaron como
huellas imborrables en nuestras vidas juveniles. El día viernes en la tarde, victoriosos, cantando canciones de guerra retornamos al cuartel, nuestra casa por dos
años. Gracias a estos entrenamientos el soldado aprende a dominar el arma para la guerra, dominar las
emociones, sobreponernos a la fatiga, al cansancio, supervivencia, compartir con los compañeros, pues fueron parte de nuestras
vivencias, también nos enseñó a madurar, para valorar lo que realmente es la
vida. Los instructores, el subteniente de ingeniería Walter Villanueva Cerpa y
los seis monitores nos enseñaron que uno puede dar más de sí y que la mente
puede todo, la disciplina, espíritu de cuerpo, experiencia, valor, honor y sobre
todo la lealtad, para conducir hombres de bien y dar el ejemplo a los subordinados.
Era
el viernes cuatro de marzo de 1977. Aquella mañana, el patio de formación lucía
esplendoroso. La pequeña tribuna se encontraba adornada con un toldo, con los colores rojo y
blanco de la bandera peruana. Los familiares ingresaban felices en grandes
grupos por la puerta principal de la guardia, porque sus hijos, sobrinos,
nietos, primos o amigos iban a recibir las armas que la patria le entregaba
para la defensa. Nosotros ansiosos en estricta formación permanecimos listos
para recibir las armas. Aquella ceremonia tuvo ribetes de gran solemnidad. Se dio inicio
con el izamiento del Pabellón Nacional para luego entonar las sagradas notas
del Himno Nacional, la sagrada misa, después vino el discurso del Jefe de Batallón. Llegó el
momento de la entrega de armas, el frío abatía la estación de invierno, pero el
calor del espíritu del soldado estaba encendido en lo más alto, hemos dejado de
ser “perro”, todos lucíamos impecable con nuestros uniformes de campaña, recuerdo
que teníamos una doble motivación al tener a nuestro lado a la familia militar
y también a nuestra razón de existencia, nuestros queridos padres y hermanos
que habían ido a ver la ceremonia, seguro al leer estas líneas algunos se
recordaran, aquellos momentos junto a nuestros instructores. En esta Ceremonia
nuestras madres lucían orgullosas entregándonos nuestras armas con un fuerte “si
juro” y luego entonamos el himno nacional con extrema energía, igual que el
himno del ejército, nuestros corazones palpitaban aceleradamente, fue un canto
del estruendo de la voz del alma que se escuchaba en las cumbres del majestuoso
Huascarán.
Después de dos meses de “perrada” reclutada, convertido en soldado de la patria de un batallón de ingeniería de combate; el sábado 5 de marzo, por primera vez salimos de paseo, bien uniformados, con el corte militar alto y zapatos brillando. Doblando la esquina del cuartel, sin escatimar tiempo y espacio cada uno se pierde en las calles buscando como a bordar un vehículo para llegar por los medios más rápidos donde están sus padres. Algunos desadaptados civiles nos dicen “moroquitos” recién salidos del cuartel, están como locos para ver a sus padres; otros, sobre todo los varones por ahí entre murmullos dicen, mira la cantidad de “cachamulas” que han salido a la calle, ahora si "rayan" las putas del chongo de Vichay. El soldado Juan Botello Pérez, un joven campesino de uno de los caseríos del distrito de Pueblo Libre que había sido capturado en una leva forzada, ahora mira a la patria de otra manera, su permanecía de dos meses en el cuartel como “perro” y recluta, haciendo labores militares tan duros e insoportables, siempre acompañado por los castigos de los instructores y sargentos monitores, en breve tiempo había hecho cambiar su mentalidad para rectificar su conducta y valorar a sus padres.
Los licenciados del ejército del primer contingente del mes de enero de 1977, hoy sobre los sesenta años de edad, vivirán en tantas partes como sus propias aventuras. De los fallecidos sus restos reposaran en los camposantos, y los que permanécenos de pie por gracia divina aun recorremos las calles en nuestra patria y en el extranjero, recordando siempre nuestro paso por el glorioso ejército. Cada 3 de enero muy temprano nuestros cuerpos se rejuvenecen y se levantan cargado de recuerdos de su paso por el cuartel de la patria. También recordamos los nombres de nuestros instructores, ahí está el subteniente de ingeniería Walter Villanueva Cerpa y los monitores, Machuca, Solís y otros. Estoy seguro que todos están donde deben estar.
Después de dos meses de “perrada” reclutada, convertido en soldado de la patria de un batallón de ingeniería de combate; el sábado 5 de marzo, por primera vez salimos de paseo, bien uniformados, con el corte militar alto y zapatos brillando. Doblando la esquina del cuartel, sin escatimar tiempo y espacio cada uno se pierde en las calles buscando como a bordar un vehículo para llegar por los medios más rápidos donde están sus padres. Algunos desadaptados civiles nos dicen “moroquitos” recién salidos del cuartel, están como locos para ver a sus padres; otros, sobre todo los varones por ahí entre murmullos dicen, mira la cantidad de “cachamulas” que han salido a la calle, ahora si "rayan" las putas del chongo de Vichay. El soldado Juan Botello Pérez, un joven campesino de uno de los caseríos del distrito de Pueblo Libre que había sido capturado en una leva forzada, ahora mira a la patria de otra manera, su permanecía de dos meses en el cuartel como “perro” y recluta, haciendo labores militares tan duros e insoportables, siempre acompañado por los castigos de los instructores y sargentos monitores, en breve tiempo había hecho cambiar su mentalidad para rectificar su conducta y valorar a sus padres.
Los licenciados del ejército del primer contingente del mes de enero de 1977, hoy sobre los sesenta años de edad, vivirán en tantas partes como sus propias aventuras. De los fallecidos sus restos reposaran en los camposantos, y los que permanécenos de pie por gracia divina aun recorremos las calles en nuestra patria y en el extranjero, recordando siempre nuestro paso por el glorioso ejército. Cada 3 de enero muy temprano nuestros cuerpos se rejuvenecen y se levantan cargado de recuerdos de su paso por el cuartel de la patria. También recordamos los nombres de nuestros instructores, ahí está el subteniente de ingeniería Walter Villanueva Cerpa y los monitores, Machuca, Solís y otros. Estoy seguro que todos están donde deben estar.
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