Ese Manifiesto, mejor conocido como el Grito de Montán, detuvo también la persecución, pues de lo contrario fácilmente habría sido cogido. Existieron, al parecer, instrucciones del jefe de la ocupación chilena Patricio Lynch al coronel Carvallo Orrego en el sentido de proceder con cautela con respecto a Iglesias, pues nada había podido explicar que el líder de los pacifistas apoyase la resistencia de julio en San Pablo. Y la rendición de agosto volvió a la normalidad las relaciones entre Miguel Iglesias y los chilenos, momentáneamente entorpecidas por los resultados en la Batalla de San Pablo, por lo que el traidor llamó desgraciada exaltación del pueblo inexperto.
Para quien haya seguido con detalle la
actuación de Miguel Iglesias, provoca repulsa la demagogia de que hizo gala en
el documento de rendición incondicional, porque no sólo pretendió una apología
de su incalificable conducta, sino que dirigió los más duros ataques a los que
defendían la causa de la resistencia nacional, ignorando burdamente sus
patrioteras proclamas de julio.
Tras haber impedido la menor resistencia
en Cajamarca, no obstante contar con una fuerza que bien pudo haber sostenido
la guerra de guerrillas que prometía buenos resultados, al extremo de que el
comando chileno ordenaba actuar a la defensiva, Iglesias no tuvo escrúpulo
alguno para eximirse de responsabilidad y culpar a Montero, el vicepresidente
que estando en Huaraz nada había tenido que ver en los vergonzosos sucesos:
Los pocos abnegados voluntarios que me
acompañan — escribió —, no son, ni con mucho, bastantes para oponer seria
resistencia a las formidables fuerzas invasoras que asolan en estos momentos,
ansiosos de venganza y exterminio, el noble departamento de Cajamarca. . . Esta
es la condición a que se ven reducidos los departamentos del Norte y su
gobernante, por consecuencia de los errores, de la falta de energía, de
constancia y de levantado espíritu en el caudillo que va a probar fortuna dentro
de los muros de Arequipa.
Y dirigió a Cáceres y a los valientes de La Breña, los más cobardes ataques, pretendiendo ridiculizar la noble causa que impulsaba el general de Ayacucho:
Creo que han perdido al Perú los engaños de que constantemente le han hecho víctima sus hombres públicos. Con seguridades, siempre fallidas al día siguiente, le han mantenido la fiebre de una guerra activa, o la esperanza de una paz ventajosa, imposibles de todo punto, después de nuestros repetidos descalabros.
Para Iglesias, corifeo de los chilenos,
descalabros habían sido los triunfos patriotas que obligaron al enemigo a una
precipitada fuga desde Marcavalle hasta Chosica, o las acciones guerrilleras
que motivaron el repliegue del enemigo en la costa Sur y la retirada hacia
contadas posiciones en la costa Norte, o la total desocupación de la Sierra,
ordenada por Patricio Lynch, Jefe Supremo del ejército invasor.
Utilizando la más condenable demagogia,
Iglesias ensartó mentira tras mentiras como no lo hubiese hecho mejor el más
hábil propagandista chileno. ganábamos la guerra en esos meses, pero para
Iglesias no había ninguna posibilidad de triunfo, ni siquiera de aquel que
buscaba amenguar las humillantes exigencias del enemigo para negociar la paz:
"Se habla de una especie de honor —
decía — que impide los arreglos pacíficos cediendo un pedazo de terreno que
representa un puñado de oro, fuente de nuestra pasada corrupción, y por no
ceder ese pedazo de terreno permitimos que el pabellón enemigo se levante
indefinidamente… por mantener ese falso honor, el látigo chileno alcanza a
nuestros hermanos inermes”
Un pedazo de terreno, ¡sólo un pedazo de
terreno! era Tarapacá, Arica y Tacna para el traidor Miguel Iglesias. Y el
hecho de luchar y morir por la intangibilidad de esa heredad nacional, para él
no representaba sino la puja de un falso honor. Así, ninguna sorpresa puede
causar que terminara su Manifiesto llamando a Cáceres y a los Héroes de la
Breña ¡guerreros de gabinete, patriotas de taberna, zurcidores de intrigas infernales,
cobardes, mil veces cobardes, autores de la catástrofe nacional!
Con tales hechos y palabras, Miguel
Iglesias ganó inmortalidad en la historia… de la infamia.
Miguel Iglesias segregó el Perú, tomando
para sí la autoridad del Norte del Perú y precisando que sólo mantendría
relaciones con el Centro y Sur si esas regiones imitaban su ejemplo. El 16 de
setiembre convocó por decreto a una asamblea de representantes provinciales de
los departamentos donde decía ejercer mando, Piura, Cajamarca, Amazonas,
Loreto, Lambayeque, La Libertad y Ancash, indicando en su primer considerando
que el “gobierno supremo aceptado por el país había roto sus relaciones con la
región del Norte”.
Se refería al establecido en Arequipa
por Lizardo Montero, desconociendo aún que en el Centro el Grito de Montán
provocaba en los pueblos y el ejército la más dura condena.
Se programaron las elecciones para el 20
de octubre y la instalación de la Asamblea para el 25 de noviembre.
Gran alegría provocó en los chilenos la
decisión de Iglesias impartiéndose las órdenes necesarias a fin de no
obstaculizar su labor pacifista e incluso para apoyarlo militarmente si fuese
necesario. Carvallo Orrego de
momento, ordenó la retirada de sus tropas hacia las posiciones costeras, pero
con encargo de castigar en el trayecto a las poblaciones que se considerasen
focos de resistencia patriota, imponiendo cupos en dinero y especies y además
fusilando a todos los que se sindicasen como guerrilleros. Obtuvieron en total
un botín de S/ 45,620 soles de plata y 250 mulas.
En Cajamarca se fusiló a cinco patriotas
y el pueblo de San Luis fue completamente arrasado por ser el punto donde
constantemente se reunían guerrilleros que bajaban a la costa. Las fuerzas
chilenas fueron convenientemente reforzadas, las guarnicione costeras de
Trujillo, Salaverry, Chiclayo, Eten, San Pedro y Pacasmayo, cuyos gastos
sufragaron los pobladores de la zona: "Las tropas de ocupación de los
departamentos de La Libertad y Lambayeque — escribía Lynch — se mantienen con
lo que proporcionan vecinos y propietarios de las mencionadas localidades.
Entre tanto, en Lima se consolidaban las
buenas relaciones entre el general en jefe chileno y los agentes del traidor
Miguel Iglesias:
"Después de lo que tengo relatado —
diría el mismo Lynch — tuve ocasión de ponerme al habla con dos señores de
prestigio en el interior, que podían servir de mucho para destruir a Cáceres.
Uno de ellos tomó a su cargo la tarea de buscar adeptos al general Iglesias,
que ya había dado a luz su Manifiesto de paz dirigido a los pueblos del Perú.
Estos trabajos iniciados en el cuartel general, y secundados eficazmente más
tarde por el delegado del señor Iglesias y otras personas de cierta
importancia, dieron por resultado la fundación de un órgano de publicidad y
fueron abriendo camino a la idea de la paz, proclamada en la hacienda de
Montán, como único recurso de salvación para esta república, por el caudillo
del Norte.
La traición de Miguel Iglesias fue un duro golpe para la causa de la resistencia nacional, ejecutado en el momento en que Chile requería con mayor necesidad que nunca recuperar sus posiciones pérdidas; El Grito de Montán estabilizó nuevamente al enemigo, le devolvió la moral y orgullo y marcó el camino hacia la humillación de Ancón.
Pero no por ello Cajamarca mereció escarnio ni se doblegó la causa patriota, pues como apuntara el historiador chileno Gonzalo Bulnes, tal manifiesto fue recibido en todo el Perú con una protesta general, casi unánime.
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