Después de la derrota de las
tropas peruanas en las batallas de San Juan y Miraflores el 13 y 15 de enero de
1881, cuando el mando chileno se instaló en el palacio de gobierno del Perú, a
ocho meses de haberse internado en la Sierra Central para organizar la
resistencia contra las tropas del ejército chileno, el General Andrés Avelino
Cáceres Dorregaray, ya tenía bajo su comando un ejército de 3,000 hombres
conformado netamente en base a campesinos del ande. La tarea de formar un
Ejército no fue una tarea fácil, pues hubo que poner en movilización a amplios
sectores de patriotas organizados en comités, con el encargo de conseguir
voluntarios, armas y vituallas de cualquier procedencia. Incluso hubo que
rastrear los campos de batalla de San Juan y Miraflores para recuperar armas
abandonadas durante la dispersión de los soldados y en otros casos sustraerlas
de arsenales del Estado peruano, luego de burlar el control del ejército
chileno que los tenía bajo estricto control.
El comité patriótico más
importante fue el que organizó en 1881 la señora Antonia Moreno Leyva, esposa
del General Cáceres, en Lima, cuando el General ya estaba en la Sierra Central,
y que estuvo presidido por el arzobispo de Lima, Pedro José Tordoya Montoya, un
talentoso clérigo que llegó a la más alta posición del clero, luego de haberse
iniciado en 1843 como (distribuidor de raciones entre los menesterosos), y que
hizo efectiva entrega de dinero y armas a los combatientes peruanos de la
resistencia nacional.
Tordoya, además de religioso,
era un experimentado político e intelectual pues había participado en el
gobierno del General Mariano Ignacio Prado como ministro de Justicia e
Instrucción y presidente del Consejo de Ministros (1861) y gracias a su producción
intelectual y su prestigio religioso recibió la Orden de Comendador de la Real
Orden de Carlos II y era miembro de la Real Academia de la Lengua.
Este comité tenía entre sus
miembros a fervientes patriotas como Carlos Elías, Luis Carranza, co-director
de El Comercio, el director era José Antonio Miró Quesada, dueño del periódico
y Pedro Elguera, quienes reunieron diversos tipos de armas para la resistencia
durante la Campaña de la Breña, entre las armas colectadas se encontraba el
pequeño cañón, proporcionado por el obispo Tordoya. Esta arma, según lo cuenta
en sus memorias la propia esposa del General Cáceres, fue desarmada y
despachada en un ataúd y llevada en un cortejo fúnebre por “cargadores” que
eran oficiales del ejército patriota. El cortejo se dirigió por diversas calles
y pasaron por las narices de los soldados chilenos, sin que estos se dieran
cuenta de la mortífera carga del ataúd.
Dejemos que sea la propia
señora Antonia Moreno de Cáceres, la que narre este capítulo de la historia de
la organización del Ejército de la Breña: “Por prudencia, yo estuve escondida
hasta que hice salir de Lima, con dirección al campamento peruano, al
ex-gobernador de Cocachacra, mayor José Salarrayán, y al oficial Ambrosio
Navarro. Ambos, muy arrojados y valientes, partieron con un cargamento de
armas, municiones y hasta con un cañoncito que pude conseguir. Este contingente
lo mandé en las mulas que Cáceres me había facilitado con tal objeto, cuando
regresé de Matucana”.
“Para sacar de Lima el
cañoncito que el obispo Tordoya me había obsequiado, tuve que urdir una macabra
estratagema: ¿cómo librarlo de caer en las redes del enemigo? Pues se me
ocurrió simular un entierro. Hice desarmar el pequeño cañon y colocarlo en un
ataúd; los ‘deudos’ del difunto eran los oficiales, que debían partir con él a
cuestas hasta el cementerio, primero, y después hasta las abruptas sierras,
donde acampaba el Ejército del Centro”.
“La comitiva ‘entristecida’
siguió, por las calles de Lima, la ruta al camposanto y, en seguida, pasaron a
un corralón donde esperaban listos los guías que habían de conducirlos a su
destino, habiendo sido recibidos triunfalmente con abrazos y gritos de alegría.
Esta arriesgada hazaña necesitó gran coraje y serenidad, pues pasaron el
‘cadáver’ ante las narices de los chilenos; pero tanto el comandante Ambrosio
Navarro como el mayor José Salarrayán, tenían temple de acero y no se
arredraban ante ningún peligro, exponiendo impávidamente sus propias vidas.
Seguramente, iban pensando que el querido ‘muerto’ resucitaría algún día no
lejano, entre las crestas de los Andes, lanzando con estrépito su voz
vengadora”.
La esposa de Cáceres narra
además otras misiones que debía cumplir durante su estadía de Lima capital,
como reclutar patriotas, gente de confianza para sumarse a la Campaña de la
Breña y obtener el reconocimiento político del Ejército de la Breña y el mando
de Cáceres como Jefe Político y Militar de los departamentos del Centro de
Perú, por parte del gobierno provisional de Francisco García Calderón, que
había sido nombrado el 12 de marzo de 1881, por una junta de notables.
Aquí cabe hacer una pequeña
digresión para resaltar, según lo narra Luis Guzmán Palomino, que los invasores
luego de ingresar a Lima no querían negociar con Piérola y lo obligaron a dimitir
y a promover que una Junta de Notables eligiera a alguien con quién llegar a un
acuerdo de paz, recayendo la elección en García Calderón.
García Calderón no veía con
buenos ojos la gesta en la que se había embarcado el General Cáceres porque
tenía el equivocado criterio de que iba a sabotear un acuerdo favorable al
retiro de los invasores del país sin cesiones territoriales, de allí porque en
su breve gestión hostilizó militarmente al jefe breñero. García Calderón estaba
equivocado, porque pronto el ejército de ocupación le exigió firmar un acuerdo
de paz con cesión de las provincias de Tarapacá y Arica, a lo que se negó, y en
represalia fue deportado a Chile, con varios de los notables que lo secundaban.
Volviendo a la labor del
comité patriótico, corresponde mencionar que el valeroso mayor José Salarrayán
desempeñó durante la ocupación chilena, como lo reconoce e General Cáceres en
sus memorias, todo género de misiones, entre las que cuenta haber sacado del
Teatro Politeama dos cañones, y de La Molina dos culebrinas, piezas que condujo
hasta Cocachacra, donde fueron recogidas y llevadas hasta Jauja.
También, corresponde repasar
la labor del comandante Ambrosio Navarro, quien fue comisionado por el General
Cáceres en 1881 para viajar al fuerte de San Ramón, en Chanchamayo, con el fin
de traer cuatro cañones “de ánima lisa” que allí se encontraban; tareas que las
cumplió con gran esfuerzo y eficiencia.
El trabajo desarrollado en
Arequipa por el médico José Antonio Morales Alpaca debe igualmente ser recordado;
quien consciente de la imperiosa necesidad de dotar de armas al Ejército del
Centro, fabricó un cañón de cobre, que sería usado por el coronel Isaac
Recavarren en su campaña de los Andes.
Tempranamente, en julio de
1881, en Tarma, Cáceres tuvo el embrión de su primera artillería compuesta por
cuatro cañones de ánima lisa que existían en el fuerte San Ramón, de
Chanchamayo. Con esas piezas en Tarma, Cáceres formó la primera brigada de
artillería del Ejército de la Breña, al mando del teniente coronel José
Ambrosio Navarro. Los primeros encuentros de los combatientes de la Breña en
1881 que preludiaron las más grandes derrotas infligidas a los invasores.
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