jueves, 8 de octubre de 2020

LAS HEROÍNAS RABONAS EN LA GUERRA CON CHILE (1879 – 1884)

En casa o en colegio, nos relatan las historias de batallas o guerras de nuestro Perú, como la batalla de Junín, la batalla de Ayacucho, el combate de Angamos, la batalla Tarapacá, la batalla de Arica, la batalla de El Alto de la Alianza, la batalla San Juan y Miraflores, la batalla de Huamachuco, la batalla de Zarumilla y otros. De los cuales comúnmente recordamos a grandes personajes masculinos, de total admiración, como, por ejemplo: General Bolívar, General Sucre, Miguel Grau, Andrés Avelino Cáceres, Francisco Bolognesi, Alfonso Ugarte, Leoncio Prado, Eloy Ureta y otros.

¿Por qué en los colegios no nos relataron la relevancia de la mujer rabona que participó en las guerras de la resistencia contra los españoles y durante la Guerra con Chile?. Lamentablemente las acciones de las mujeres peruanas en estos acontecimientos han quedado en la oscuridad u olvido, como si ellas no hubieran hecho nada por la patria; me refiero a todas las mujeres sin importar la clase social.

Las rabonas eran aquellas mujeres campesinas, algunas esposas y otras amantes de los soldados reclutados para formar los batallones. Eran llamadas así porque seguían a las tropas y se colocaban en la retaguardia de los combatientes. La existencia de las rabonas viene desde los improvisados ejércitos que se crearon durante las guerras independentistas y de aquellos que se formaron bajo el mando de los caudillos militares que se disputaron el poder posterior a la declaración de la independencia, siendo su accionar más importante durante la Guerra del Pacifico.

Flora Tristán, testigo en la guerra de la Independencia, relata en su obra Las Peregrinaciones de una Paria: “Estas forman una tropa considerable y preceden al ejército por un espacio de 4 o 5 horas para tener tiempo de conseguir víveres, cocinarlos y preparar todo el albergue que iban a ocupar, ellas atraviesan los ríos llevando uno y a veces dos hijos sobre sus espaldas, siempre están atentas a las necesidades del soldado, lavan y componen sus vestidos”. “Además de llevar esta vida de penuria y peligros cumplen los deberes de la maternidad, se admira uno de lo que puedan resistir”. Otro autor, referente al segundo momento en la guerra escribió: “…desde entonces la compañera del soldado tiene que multiplicar sus labores: guisa, barre, cose, limpia las armas de su “cholo”, recoge sus haberes, asiste a sus ejercicios y cuando hay orden de emprender una marcha, carga con todo el ajuar para la guerra, equipo que lo trasladaba a la espalda”.

Cuando el ejército peruano iniciaba largas marchas por los desiertos y en los andes, las rabonas se encargaban de conseguir todo tipo de provisiones para preparar el rancho para las tropas, casa por casa pedían colaboración voluntaria de provisiones y leña, muchas veces le cerraban las puertas, no porque los pueblos estaban en contra del país, sino que cuando estas rabonas buscaban provisiones cometían algunos excesos. Las tropas después de larga marcha acampaba, ellas organizadas en grupos, inmediatamente preparaban el racho caliente para los combatientes. En largas marchas ellas trasladaban agua en los porongos para saciar la sed de los combatientes.

Pero la labor de estas rabonas no queda allí, a pesar de las condiciones de vida que llevaban, del peligro en el cual se encontraban, también se hicieron presentes en el mismo campo de batalla, sea para recargar los fusiles de sus compañeros, prestando servicios de enfermería, enterrando a sus muertos, ocasionalmente también entró en combate. También cumplieron el papel de espías, Doña Antonia de Cáceres cuenta que “una indiecita frutera, fingiendo no saber hablar castellano, se había infiltrado en el campo chileno y había escuchado un complot para asesinar al Mariscal Cáceres y gracias a esta información el Mariscal pudo salvar su vida”

Por todo lo mencionado, no debería de sorprender aquellos actos heroicos de algunas de ellas como el de Dolores, heroína anónima de la Batalla de San Francisco, nunca se llegó a saber su verdadero nombre y se la denominó así por el cerro en que se produjo su primera hazaña. Esta mujer, cuentan, que era la esposa de un sargento, que al caer herido mortalmente, ella tomó el mando y luciendo por su osadía ayudó a desalojar a los enemigos, peleando cuerpo a cuerpo junto a los soldados. Posteriormente se trasladaron a Tarapacá donde vuelve a tomar parte activa en el combate hasta lograr la victoria, lamentablemente fue herida en un brazo y murió antes de llegar a Arica.

Doña Antonia Moreno de Cáceres, llamada cariñosamente como hatum mamay, otra rabona destacable, se encargó de la organización del Comité de Resistencia en la ciudad de Lima; este comité desempeñaba diversas actividades como, por ejemplo, la recolección de armas, envíos secretos de víveres, armas, medicinas y otros. Siendo esposa del Mariscal Cáceres tuvo la labor de ser intermediaria diplomática entre él y otros jefes militares con los cuales discrepaba políticamente.

En conclusión, la participación de estas rabonas en la guerra fue decisivo y esencial para nuestros soldados; sin ellas, no hubieran tenido las fuerzas necesarias para dar frente al enemigo. Incluso los propios soldados lo aseveraron al realizar protestas cuando los mandos oficiales pretendieron eliminarlas, debido a que ellos no confiaban que la administración militar fuera capaz de suplantar los servicios de nuestras grandes rabonas. Aquellas que simplemente quedaron en el olvido.

La presencia de las mujeres y su apoyo antes, durante y después de combate o guerra era imprescindible para el ejército. Estas mujeres valientes, osadas y corajudas demostraron gran valor patriótico; que antes de aceptar cualquier retirada decían: "yo muero matando".

En la Campaña Militar del Alto Cenepa 1995, el día 7 de febrero de 1995, las mujeres del Centro Poblado Mayor de Imazita en Mesones Muro, Amazonas, organizada en grupo preparon comida para la tropa de diferentes batallones que pasaron por este caserío con destino al puerto pluvial para dirigirse a la Base de Ciro Alegría. Ellas  nos sirvieron un plato de guiso de pallar, con arroz y carne de pescado de rio, después de esta comida nadie probó alimento caliente por lapso de tres meses en el Puesto de Vigilancia N° 1, Amazonas.

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