domingo, 5 de abril de 2020

BATALLÓN DE INGENIERÍA DE COMBATE “HUASCARÁN” N° 112 CARAZ HUAYLAS ANCASH 1977

Gobernaba el Perú el General Francisco Morales Bermúdez, en aquellos tiempos el Servicio Militar era obligatorio. En las ciudades, caseríos y caminos había la leva forzada, en esas circunstancias el 3 de enero de 1977 muchos jóvenes, en total cuatrocientos ochenta, procedentes de diferentes caseríos y de las ciudades de todo el departamento de Ancash, nos juntamos en la Oficina de Reclutamiento N° 0-26 de Huaraz, para ser trasladados en horas de la tarde del mismo día con destino al Batallón de Ingeniería de Combate Motorizado “Huascarán” N° 112, acantonado en el distrito de Caraz, Huaylas. A los levados bajo custodia les trasladaron en los volquetes del ejército. 

En el año 1966, a la edad de ocho años, ya me sentía soldado, influyó mucho en mí las constantes narraciones de mi abuelo don Eliseo Ramírez Cadillo; quien, a la edad de ocho años, en el mes de junio de 1883, había presenciado la llegada del poderoso Ejército de chileno a las zonas del departamento de Ancash, durante la tercera etapa de la Campaña de la Breña. Desde aquellos tiempos de mi niñez, las narraciones de la resistencia del General Cáceres, penetraron en mi alma y permanecía imborrable preparándome para situaciones duras y difíciles en la vida castrense. 

Cumplido los 18 años de edad, no pude eludir el Servicio Militar, decidí abandonar mis estudios en el afamado Colegio Nacional de “La libertad”, en la ciudad de Huaraz, y como voluntario me fui al cuartel. Siempre viví pensando que el Servicio Militar era un deber patriótico, sobre todo en aquellos años de mucha tensión con Chile; ergo, sin pensar en las propinas ni otros beneficios, solo con la intención de aprender el manejo de las armas y el arte de la guerra, el 3 de enero, siendo las 13:30 horas, por mis propios medios viajé desde la ciudad de Huaraz al distrito de Caraz, sede del Batallón de Ingeniería de Combate "Huascarán" N° 112. De un momento a otro aparecí en la puerta principal del Batallón. Entre mi dije: A partir de hoy día, éste será mi cuartel. En aquellos tiempos a los soldados del servicio de guardia le decían, número, cuando puse mis pies dentro del portón, el sargento de guardia, dijo: "Un número voluntario", en se momento como un resorte salto de la banca un soldado de mediana estatura, a quien el clase le dijo, lleva a este “perro” voluntario al patio de armas; entonces yo corrí muy asustado, llegando al patio pude ver el semblante de muchos jóvenes en su mayoría hijos de campesinos, en el grupo se notaba mucha alegría y algunos mostraban rostro de tristeza y preocupación. Algunos se sentían orgullosos de convertirse en "perros" reclutas de contingente enero 1977, pero la mayoría en sus corazonadas y pensamientos querían como sea ser liberados del servicio.

Formados en el patio de armas los cuatrocientos ochenta jóvenes. De pronto aparecieron seis sargentos monitores con sus galones de metal en el pecho muy relucientes, quienes en todo momento nos hablaba en voz alta y nos obligaba a rugir a todo pulmón, algunos monitores aparecían con un puñado de tierra en sus manos para amedrentar a aquellos que no podían rugir así como ellos requerían, así pues algunos reclutas esa tarde probaron ese “azúcar dulce”, les ordenaban a abrir la boca y con fuerza se lo aventaban el puñado de tierra hasta el fondo de la garganta, así nos recibieron desde el primer momento, permanecimos rugiendo en la posición de atención con la mirada hacia el infinito por lapso de tres horas aproximadamente. En esas circunstancias por las inmediaciones apareció un oficial de tez morena de 1.85 de estatura, era el capitán de ingeniería Víctor Valderrama Chávez oficial de personal (S-1) del batallón; quien, con palabras francas, sinceras y firmes nos dio la bienvenida, quien nos dijo: “Han ingresado a este batallón para ser combatientes de primera, para defender los sagrados intereses de la patria, aquí se come lo que se da y se hace lo que se ordena". En esos momentos de tensión para la gran mayoría, el capitán Valderrama salió al frente y con esa voz ronca que le caracterizaba, dijo: "Señores solamente necesitamos 180 reclutas, los que desean servir se quedan en su propio emplazamiento y los que no desean servir formen en la pista mirando hacia la guardia de prevención", para que les dijo esas palabras, pues la gran mayoría corrió hacia la pista, para sorpresa mía, solamente quedamos cuarenta voluntarios en nuestro propio emplazamiento, entonces el capitán reaccionó rápidamente y mandó volver a todo el personal que había culminado el 5º año de educación secundaria, yo solamente contaba con tercer año de secundaria, pese a ser voluntario en tiempos de leva forzada serví dos (2) años (1977 - 1978) y la gran mayoría de mi promoción que tenía secundaria completa se licenciaron en once (11) meses, el trato para el voluntario así como para el personal levado fue igual, de nada servía pues ser voluntario en aquellos tiempos.

Luego, horas más tarde, apareció el capitán (S-4) oficial de logística del batallón con sus sargentos almaceneros de prendas, ellos nos llevaron al paso ligero hasta los almacenes y allí, en un santiamén, nos entregaron los uniformes de campaña: había un sargento con trescientos sesenta camisas, más allá otro con trescientos sesenta  pantalones, después otro con trescientos sesenta birretes, otro con trescientos sesenta pares de borceguíes, etc.; es decir había un sargento con trescientas sesenta de cada una de las prendas por entregar, como dotación nos entregaron dos prendas de cada uno completamente nuevo. Los “perros” muy asustados pasamos a la carrera y nos tiraban las prendas, lo tomamos al paso ligero; hubo quienes recibieron borceguíes de diferente número o sin pasadores y cuando reclamaban les decían: “No sé, a partir de este momento el perro es mago ¿alguna pregunta?”. Todo era tan rápido, los lentos a partir de ese momento como sanción comenzaron a ranear y hacer polichinelas. A los “chatos” le quedaba grande la camisa, el pantalón y el birrete, a otros le apretaban los borceguíes. Una vez uniformados, salimos a toda velocidad al patio de armas, donde nuevamente nos esperaban los sargentos monitores. Mientras en la puerta del cuartel se habían aglomerado muchos familiares, algunas madres lloraban por el hijo reclutado, como consuelo solo recibieron las prendas civiles de sus hijos, que durante dos meses permanecerá sin salir a la calle. Ya vestidos con el uniforme de la patria, los 180 “perros” continuamos formados en el patio de armas, entre el contingente había un “gringo” serrano rubio de ojos azules de las zonas del distrito de San Luis del Callejón de los Conchucos, al lado suyo había otro serrano campesino de rasgos autóctonos de los caseríos de Huaraz, en esas circunstancias abrevándolo detenidamente el capitán Valderrama les dijo: “A partir de la fecha el “gringo” y el autóctono son hermanos, ya veremos quién es más valiente en el campo de batalla”.

El primer día, en horas de la tarde, para pasar el rancho de tropa por primera vez, los sargentos “monitores”, a todos nos pusieron en la posición de marcha de patos y así nos llevaron hasta la emplanada del sector de rancho, son 150 metros de distancia. La marcha del “pato”, era ponerse en cuclillas, con las manos en la cintura y así caminar imitando a los patos, gritando: ¡cua, cua, cua, cua!. Muchos de mis promocionales nunca habían hecho semejante ejercicio, sobre todo los campesinos. Después de 20 metros de marcha de patos ya sufríamos el dolor en las piernas, ya nos quemaba los muslos y queríamos pararnos, pero los “monitores” eran implacables, no permitían que alguien hable en la formación, hasta nos preguntaban: “Perros” ¿Quema? y todos contestaban: ¡Síííííiii! a lo que ellos sarcásticamente contestaban: ¡soplen pues carajo!, aquel que por algún motivo se paraba para aflojar las piernas, lo llevaban a la retaguardia de todo el personal para que camine por más espacio en la posición de marcha de “pato”. Como sea llegamos a la emplanada para pasar rancho, donde nos reparten las bandejas, los tazones, los cubiertos. Todo tiene su momento, primero desfilaron por las pailas las cinco compañías del personal mas antiguo, mientras nosotros los “perros” observamos atento todos los movimientos sobre todo cuando los sargentos de semana hablaban de racioneros y comisiones de servicios, se refieren a su personal que por algún motivo está fuera del cuartel, para estos tienen que guardar sus alimentos. Para nosotros la hora de la cena es una prueba de valor de la resistencia para dominar el apetito pues el paso por las pailas es lento, se aprende el uso de las” gemelas”, y dentro del comedor la forma de sentarse y comer en escuadra, de conversar siempre con el prevocativo” Mi”…que expresa subordinación, el tuteo está prohibido, el mando es vertical, “las ordenes se cumplen sin dudas ni murmuraciones, el superior que las imparte es el único responsable de la orden impartida”. Aquel día la cena es una odisea, pero se espera con ansia, en las pailas a todos nos sirven casi por igual, pero no todos comen por igual, porque no faltan sargentos abusivos cual ave de rapiña se lo lleva tus panes y los plátanos; sino comiste menestras en tu casa tienes que hacerlo, es tu nuevo estilo de vida. En el cuartel se debe comer en “escuadra”, es decir, llevar la cuchara en forma vertical hasta la altura de la boca y luego en forma horizontal hasta la misma y viceversa. Algunos, con los nervios o el miedo, derramaban algunas gotas de sopa y eso era fatal, ya no comían nada porque, según los monitores, se estaba desperdiciando tanta comida que pudieran darle a tanta gente pobre y que un; “perro miserable” adrede está derramando la sopa. En la primera cena los “perros” habíamos probado un poco de todo, pero no toda la comida. Cuando estamos a punto de comer el camote un sargento ordenó: “dejen el camote y a la cuenta de tres se lo han comido la cáscara: uno, dos, tres” y comimos la cáscara del camote. De pronto, el oficial de día que se paseaba por las inmediaciones, ordenó: ¡Perros…Atención! a esa voz todos nos pusimos de pie, pero como se hizo mucho ruido con las bandejas, tazones y las cucharas, dijo: ¡Sentarse!... ¡Carajo, esto es un escándalo, en el comedor está prohibido los escándalos!, repitió, ¡de pie!, ¡sentarse!, ¡de pie!, hasta que no hubo ningún ruido. Era para el brindis de bienvenida. Todo había estado preparado. Un sargento más antiguo entre los monitores pronunció un breve discurso dando la bienvenida a los “perros” de mi promoción, quien dijo: "¡Brindemos por los reclutas del primer contingente enero 1977, quienes tienen el honor de pertenecer a las filas del ejército! ¡Salud, señores!", todos contestaron: ¡Salud!, en ese momento el que menos pensó que era vino, pero no; era una mezcla de los desperdicios de la ensalada, con azúcar, ají, sal, vinagre, limón, pimienta y quién sabe qué cosas más. Como teníamos mucha sed lo bebimos, así fue el bautizo.

Finalizado el rancho, a lavar la bandeja, luego a formar, los castigos estaban a la orden del día, había desde lo más simple por moverte en la formación, conversar en formación, por lento, por cualquier motivo uno se ganaba una sanción de 100 completas; luego, por cada falta sancionada y cumplida con la voz alta y enérgica se decía: “Orden cumplida mi sargento, mi cabo, mi antiguo”. Ellos siempre nos decían “La mente domina el cuerpo, tienen que endurecer esos cuerpos acostumbrados a la vida ociosa". Buscando siempre motivos nos decían, “perro” a partir de la fecha, tienen que saber mis nombres y apellidos completo, de donde soy, como se llama mi señorita enamorada, cuanto calzo, etc. El “perro” muy asustado contestaba, comprendido mi sargento. Si por circunstancias del nerviosismo te equivocabas ya te ponían en la posición de rana, como las ranas saltan, por ahí permanecías rebotando con ciento cincuenta a doscientas ranas bien hechas; así estés entre sudor, lágrimas y toda la rabia no te podías parar sin orden del superior y si te parabas te decían: “carajo... ¿quién mierda le autorizó a pararse?... usted siga raneando, pues aquí tienes que aprender a ser fuerte, a dominar tu cuerpo y tu mente”. 

En las primeras noches, siendo las 21:00 horas, todo el personal estábamos en pijamas dentro de la cama, muchos por primera vez dormíamos cubierto de sabanas blanca, pero antes había revista de “perras”; para esta revista el personal ya estaba con los pies lavado con jabón, todos echados en la cama presentamos los pies oliendo a jabón. El sargento de semana, procedía a pasar revista de pies, para tal fin se valía de una bayoneta del fusil FAL; como es normal entre los dedos de los pies se acumulan la descamación de la piel en forma de grasa que al ser removido con la bayoneta salía de color blanco, a esta exfoliación los sargentos lo llamaban “queso”, y te ordenaban abrir la boca y te lo comías. En aquellos tiempos así era la tradicional “perrada”, lo sufrimos los soldados recién incorporados al ejército, el castigo físico y la total sumisión por tener menor grado jerárquico, al que tienes que resistir con estoicismo. En un principio entre jóvenes de diferentes lugares, en el grupo, muchos nos sentíamos muy extraño, primero a conocerse, verse con las cabezas rapadas o “pelados”. 

Todos los días, el toque de diana es a las 05:00 horas, a esa hora todos estamos de pie, desde ese momento para toda actividad el tiempo corre con precisión y sin compasión, comienzas con arreglar la cama que usaste para descansar, dejar la frazada bien doblada con la franja bicolor hacia adelante, las sábanas blancas con sus respectivos dobleces y la colcha debe quedar bien estirado; para el visto bueno, para comprobar el Jefe de Companía lanza una moneda sobre la cama “si rebota” la revista está aprobado, asimismo el piso de la cuadra debe brillar de rincón a rincón, los servicios higiénicos deben estar limpio; regado las áreas verdes, como para el gusto del Comandante de Batallón; en el ínterin hacemos magia para la limpieza personal, en las mañanas nos convertíamos en polifacéticos. Todos tenemos el mismo corte de cabello, uniforme, armamento y el itinerario del entrenamiento físico te lo ponen los instructores según su progresión.

En las noches, en el patio de armas, después de la lista de retreta los “perros” teníamos que soportar el interminable bullicio, rugidos y gritos castrenses. Al amanecer del nuevo día el cuerpo joven sabía que este era su destino y no podía retroceder, las formaciones, las instrucciones en el campo, los servicios de día, noche y reten, formaban parte de nuestra agenda diaria, así como los castigos físicos, el mundo de las planchas, las ranas, la pista de combate, el trompito, la rampa, los canguros, etc. Pasaban las semanas todo el castigo físico se nos hacía familiar. En las instalaciones del cuartel, construido después del terremoto del 31 de mayo de 1970, con sus paredes de mampresa prensado contrachapado, techo de eternit, el piso de la cuadra es reluciente, hay camarotes y roperos de color plomo de rincón a rincón; los camarotes de dos pisos lo ocupamos entre dos, el menos antiguo siempre está en el segundo piso, el compañero de camarote es como tu hermano, desde luego es tu compañero de confianza y amigo, en mi caso ocupé el camarote con el soldado Botello Pérez, del distrito de Pueblo Libre, distrito que está ubicado al frente del distrito de Caraz. También nos asignaron los respectivos sectores de limpieza y mantenimiento de áreas verdes y los servicios higiénicos. En la hora de revista, el "perro" tiene que acostumbrase a presentar los roperos  con las prendas limpios y los sectores de responsabilidad también limpio y con áreas verdes regado.  

Para el primer contingente del mes de enero de 1977, los primeros dos meses del año se hicieron interminables, todos permanecimos en el cuartel concentrados al 100%; los días domingos muchos recibíamos las visitas de nuestros familiares y otros solo miraban, muy felices aquellos que recibían a sus familiares que venían con expresiones culinarias tradicionales de sus lugares de origen, cuando abrían las ollas y las portaviandas: ¡qué rico el cuy frito con papas!, ¡qué rico la pachamanca de tres sabores!, ¡qué rico el caldo de gallina!, ¡qué rico el ceviche de chocho!, ¡qué rico la chicha de jora y la Inca Kola!, lo saboreábamos y compartíamos con los compañeros que por la distancia no recibían visitas de sus familiares. Así empezaba a fortalecerse el cordón umbilical de la amistad entre promociones. En el distrito de Caraz, la semana del tercer domingo del mes de enero celebran el día de la virgen de "Chiquinquira” se daba inició la fiesta patronal en el distrito, las bandas de músicos y los fuegos artificiales nos hacía recordar las vivencias de meses atrás en nuestros pueblos, son costumbre del mundo cristiano en los pueblos de la Sierra del departamento de Ancash.

Desde los primeros días de nuestro internamiento nos hablan de la posible guerra con Chile, nos entrenaban para recuperar los territorios perdidos en la guerra de (1879 – 1884). Para estar bien entrenados, los oficiales instructores del grado de subteniente y los sargentos monitores nos habían esperado con todas las ansias para sacar una buena promoción, después de la gimnasia básica con armas o sin armas, diariamente corríamos hasta el puente Pueblo Libre, ida y vuelta 16 kilómetros, pasaje de pista de combate de 14 obstáculos, montaje y desmontaje del fusil FAL con los ojos vendados, las misiones individuales del combatiente, etc. Como zapadores de un batallón de ingeniería de combate los oficiales instructores y los monitores querían hacerse sentir sobre todo en las horas de instrucción en el campo, el mas pesado fue el armado y lanzamiento del puente Bailey. Nunca olvidaremos del armado y desarmado del puente Bayley, en esta instrucción también muchos rotamos con las pesadas piezas en el hombro, y los días de la semana pasaban lentamente. 

Llegó el primer ejercicio de tiro. Desde las 04:00 horas, estamos de pie, hay ordenes por todo lado, a tender la cama, el aseo personal, limpieza de sectores y luego el racho casi al paso ligero. 05:00 horas, ya estamos formados con los fusiles Fal casi nuevos adquiridos por el General Velasco. Nuestro destino está al frente del distrito de Caraz, en ese terreno seco y llano, ahí está el campo de tiro del batallón. El personal de mecánicos de armamentos y el oficial de tiro, colocan los 12 blancos para el ejercicio de tiro a una distancia de 100 metros, desde línea de tiro. Formado el personal, a la voz del oficial de tiro, la primera tendida marcha a la línea de tiro: “Frente a sus respectivos blancos, tirador tendido, con una cacerina y diez cartuchos, aprovisionar, cargar, a esa voz los 12 “perros” repiten la misma frase a todo pulmón, procediendo a colocarse en tirador tendido; cuando todo el personal de tiradores se encontraba en la posición de tirador tendido, apuntado con el fusil; el oficial de tiro decía: Apunten fuego, el cornetero de servicio anunciaba el inicio del ejercicio de tiro. Es una experiencia muy especial en la vida del soldado, disparar por primera vez la munición de guerra de calibre 7.62 mm, como es normal algunos se ponían muy nerviosos, pero atrás los monitores están atentos a todo, alguien suelta el primer tiro, luego todos le siguen para no quedarse, porque todo tiene su tiempo. De repente el oficial de tiro grita, "alto el fuego, nadie dispara, tendida, de pie” a esta orden todos están de pie, muy pensativos. Luego, el oficial de tiro, los tiradores y los tapadores se desplazan dónde están los blancos a verificar los resultados, como es el primer ejercicio, algunos no han acertado ni uno, "son hueveros", para ellos hay sanción, la sanción consiste en cargar una pesada piedra al hombro y desplazarte hacia la punta del cerro más cercano, desde ahí tienes que gritar la palabra: soldado Juan Pérez Valverde, diez balas disparados, cero puntos, soy “huevero”; soldado Jorge Botello Pérez, diez balas disparados, cero puntos, soy “huevero”; soldado Isaac Caldua Salasar, diez balas disparados, cero puntos, soy “huevero”; etc. Este personal regresaba a la zona de mantenimiento con su piedra al hombro, como es normal también le esperaba la sanción con ranas y planchas por haber despreciado diez municiones disparando por cualquier lado. Los Ejercicios continúan con otras tendidas, durante el día la secuencia es el mismo.

El tiempo había pasado, la instrucción de dos meses en el cuartel, solo son recuerdos, como para finalizar la "perrada" en la última semana del mes de febrero llegó la marcha de campaña. Es increíble como en aquellos años de juventud nuestro cuerpo resistía tanto peso, puesto el casco de acero, Fusil Automático Ligero (FAL) con una cacerina, morral, cinto, dos cananas con cuatro cacerinas abastecidas, carpa de campaña y sus estacas, frazada ploma con la franja bicolor con colores de la patria, la mochila, una cantimplora con agua y adelante un soldado con gallardete corriendo, cantando a viva voz, los cantos militares que son las herramientas del valor que se utiliza en la milicia, hay entre los más graciosos, picaros, patrióticos, guerreros, etc. Doblábamos por la equina del cementerio antiguo de Caraz con dirección al puente colgante sobre el río Santa; luego, para trepar por el empinado cerro con destino a las altura del distrito de Pueblo Libre. La Marcha de campaña era el último esfuerzo de la “perrada”, una prueba de valor de supervivencia en el campo, la exigente instrucción de dos meses consecutivos, el ejercicio de tiro, el grito de los “hueveros” en los cerros ya había pasado. En el campo, la hora del desayuno, almuerzo y cena, es como para no olvidar nunca, durante una semana estas con las gamelas estiradas para recibir el rancho, luego devorarlos. Durante cinco noches hay instrucción y marchas por caminos abruptos; luego, cuando retornamos nos esperaba la carpa de campaña que nos protegía del intenso frió y la llovizna, para la felicidad nuestra en aquellos días la lluvia no se presentó; las noches de instrucción quedaron como huellas imborrables en nuestras vidas juveniles. El día viernes en la tarde, victoriosos, cantando canciones de guerra retornamos al cuartel, nuestra casa por dos años. Gracias a estos entrenamientos el soldado aprende a dominar el arma para la guerra, dominar las emociones, sobreponernos a la fatiga, al cansancio, supervivencia, compartir con los compañeros, pues fueron parte de nuestras vivencias, también nos enseñó a madurar, para valorar lo que realmente es la vida. Los instructores, el subteniente de ingeniería Walter Villanueva Cerpa y los seis monitores nos enseñaron que uno puede dar más de sí y que la mente puede todo, la disciplina, espíritu de cuerpo, experiencia, valor, honor y sobre todo la lealtad, para conducir hombres de bien y dar el ejemplo a los subordinados.

Era el viernes cuatro de marzo de 1977. Aquella mañana, el patio de formación lucía esplendoroso. La pequeña tribuna se encontraba adornada con un toldo, con los colores rojo y blanco de la bandera peruana. Los familiares ingresaban felices en grandes grupos por la puerta principal de la guardia, porque sus hijos, sobrinos, nietos, primos o amigos iban a recibir las armas que la patria le entregaba para la defensa. Nosotros ansiosos en estricta formación permanecimos listos para recibir las armas. Aquella ceremonia tuvo ribetes de gran solemnidad. Se dio inicio con el izamiento del Pabellón Nacional para luego entonar las sagradas notas del Himno Nacional, la sagrada misa, después vino el discurso del Jefe de Batallón. Llegó el momento de la entrega de armas, el frío abatía la estación de invierno, pero el calor del espíritu del soldado estaba encendido en lo más alto, hemos dejado de ser “perro”, todos lucíamos impecable con nuestros uniformes de campaña, recuerdo que teníamos una doble motivación al tener a nuestro lado a la familia militar y también a nuestra razón de existencia, nuestros queridos padres y hermanos que habían ido a ver la ceremonia, seguro al leer estas líneas algunos se recordaran, aquellos momentos junto a nuestros instructores. En esta Ceremonia nuestras madres lucían orgullosas entregándonos nuestras armas con un fuerte “si juro” y luego entonamos el himno nacional con extrema energía, igual que el himno del ejército, nuestros corazones palpitaban aceleradamente, fue un canto del estruendo de la voz del alma que se escuchaba en las cumbres del majestuoso Huascarán. 

Después de dos meses de “perrada” reclutada, convertido en soldado de la patria de un batallón de ingeniería de combate; el sábado 5 de marzo, por primera vez salimos de paseo, bien uniformados, con el corte militar alto y zapatos brillando. Doblando la esquina del cuartel, sin escatimar tiempo y espacio cada uno se pierde en las calles buscando como a bordar un vehículo para llegar por los medios más rápidos donde están sus padres. Algunos desadaptados civiles nos dicen “moroquitos” recién salidos del cuartel, están como locos para ver a sus padres; otros, sobre todo los varones por ahí entre murmullos dicen, mira la cantidad de “cachamulas” que han salido a la calle, ahora si "rayan" las putas del chongo de Vichay. El soldado Juan Botello Pérez, un joven campesino de uno de los caseríos del distrito de Pueblo Libre que había sido capturado en una leva forzada, ahora mira a la patria de otra manera, su permanecía de dos meses en el cuartel como “perro” y recluta, haciendo labores militares tan duros e insoportables, siempre acompañado por los castigos de los instructores y sargentos monitores, en breve tiempo había hecho cambiar su mentalidad para rectificar su conducta y valorar a sus padres. 

Los licenciados del ejército del primer contingente del mes de enero de 1977, hoy sobre los sesenta años de edad, vivirán en tantas partes como sus propias aventuras. De los fallecidos sus restos reposaran en los camposantos, y los que permanécenos de pie por gracia divina aun recorremos las calles en nuestra patria y en el extranjero, recordando siempre nuestro paso por el glorioso ejército. Cada 3 de enero muy temprano nuestros cuerpos se rejuvenecen y se levantan cargado de recuerdos de su paso por el cuartel de la patria. También recordamos los nombres de nuestros instructores, ahí está el subteniente de ingeniería Walter Villanueva Cerpa y los monitores, Machuca, Solís y otros. Estoy seguro que todos están donde deben estar. 

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